Emmanuel C. Prado – Politólogo, asesor y consultor
Este próximo 06 de febrero se celebran los comicios electorales para definir 60 nuevos rostros que ocuparán la Asamblea Legislativa y la Presidencia de nuestro país. El escenario, aunque a nivel macroeconómico, sobresale por representar un superávit primario en los próximos dos años, a nivel social se enfrenta a condiciones de desigualdad y crispación social desalentadoras.
Esta crisis social se ha traducido en un incremento de la oferta política en las elecciones. Más de 25 partidos políticos se inscribieron para ofrecer soluciones a la crisis educativa, al abordaje de la Pandemia por COVID-19; a los indicadores de desempleo; y representaron sus intereses frente a sectores, como el empresarial, sindical, ecologista entre otros.
Ha sido marcada esta campaña electoral, por su grado de “impredecibilidad” en varios ámbitos. Dicho de otra manera, no hay encuesta de intención de voto, o de terreno en la arena publicitaria o digital, que nos permita tomar conclusiones de lo más importante: los resultados de las elecciones nacionales. En este pequeño artículo, reconoceremos qué es lo que sí tenemos claro de cara a una eminente segunda ronda, y cómo los partidos políticos tendrán que hacer de armadores políticos para lograr hacerse con el Ejecutivo.
El último estudio del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR) es relevante, porque permite entender tres trayectorias de la campaña política: tradiciones políticas permanecen siendo las más fuertes; la gente está dispuesta a votar, pero no sabe por quién (31.8%); y la volatilidad del voto sigue siendo alta con respecto a la pasada elección del 2014, pero con particulares diferencias.
Con respecto las tradiciones políticas, no hay mucho que señalar, PLN y PUSC se mantuvieron a la delantera desde el arranque de la campaña. La candidata Saborío fue la que presentó un crecimiento paulatino desde agosto, a diferencia del verdiblanco Figueres, que se ha mantenido en un estancamiento del 17% a lo largo de la campaña. Misma cifra con la que llega justo a cinco días de las elecciones.
Es conveniente preguntar, ¿Cómo llegan Figueres y Lineth, representantes del bipartidismo, a aglutinar tanta intención de voto? Dos posibles respuestas sobresalen, la primera es que pese a que casi un 80% de las personas costarricenses están fuera de partidos políticos (en tiempos no necesariamente electorales), el porcentaje restante pertenece principalmente a las fuerzas políticas de mayor tradición (PLN y PUSC) y en tiempos electorales logra ampliar sus bases, cosa que se refleja en las encuestas. Asimismo, eventos como los casos de corrupción (Cochinilla, Diamante, entre otros), no han representado para la sociedad costarricense, algo significativo para abandonar a estos partidos, pero una posibilidad es que si haya logrado que la cifra de indecisos se mantuviera por encima del 40% en promedio.
La disposición de las personas para ejercer el voto, permanece siendo muy clara: la costarricense vota como un deber patriótico.
La institucionalización del voto, se ve cimentada por valores democráticos y también de estabilidad política.
No obstante, gracias a estudios como el del Dr. Ronald Alfaro Redondo, se ha logrado determinar que existen también otros tipos de “voto costarricense”, como aquellos que están decididos a no votar, porque no creen que con ello se traduzca su opinión política a través de los comicios, y, por otro lado, aquellos que son “indecisos”, pero que no logran decidirse al final por alguna opción política.
El resultado de estos últimos es que no se presentan a votar. Es así entonces que, cuando miramos las cifras de abstencionismo, el proceso político definitorio del voto, va más allá de una preferencia electoral, sino que se también representa una comodidad de la persona electora en cuanto al proceso y sus candidaturas.
Finalmente, otro sello que ha permanecido silencioso en esta campaña, corresponde al comportamiento de la volatilidad del voto. En términos prácticos, la volatilidad se entiende como la rapidez con la que una persona electora decide cambiar su intención de votar por una candidatura a la otra.
Este fenómeno se ha comportado muy distinto en esta campaña, en relación con la del 2018. El proceso electoral pasado, el candidato Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado, para la última encuesta del CIEP, lograron incrementar notablemente sus intenciones de voto.
Dicha tendencia se reflejó con claridad en el balotaje. No obstante, durante este proceso, podemos apreciar que el efecto más bien ha sido de estancamiento de tres partidos políticos: Liberación Nacional, Nueva República y Frente Amplio. Por otro lado, la injerencia de otras fuerzas políticas (Liberal Progresista y Progresos Social Democrático) y una disminución “frenada” de la Unidad Social Cristiana.
Este planteamiento produce una un grado de imprevisibilidad, realmente agudo, al punto de que cabe la posibilidad de que cualquier evento político pueda acarrear una estrepitosa caída de los primeros lugares, o un incremento de los que se encuentran en la carrera por ese cupo en la segunda ronda.
Es importante destacar que, según la encuesta del CIEP, hay prácticamente un empate técnico entre Lineth Saborío, Fabricio Alvarado, Rodrigo Chaves y José María Villalta. Lineth técnicamente no entraría dentro de esta lista, pero dada su tendencia a la baja, es casi una realidad.
Pero cualquiera de los mencionados tiene una posibilidad abierta para irse a una segunda ronda donde lo realmente determinante será: la capacidad de armar gobierno.
Para muchas de las candidaturas, principalmente a aquellas que tenían doble postulación (candidaturas a la Presidencia y a la Asamblea Legislativa), las negociaciones van un paso adelante: la conformación de los órganos del Congreso, así como el mercado de apoyos que determinarán quién será la o el Presidente de la República a partir de mayo, y su respectiva conformación de gabinete.
La capacidad de los partidos de ser “armadores políticos” representará nuestro próximo lente de atención, aunque un poco borroso por lo impredecible de la elección este 06 de febrero. Distinto a lo que pueda parecer un proceso electoral convencional, nos encontramos frente a una decisión con las reglas claras, pero con resultados totalmente inciertos.
Hacia eso avanza nuestra democracia republicana: hacia una Asamblea Legislativa fragmentada, pero donde hay que tomar acuerdos, y la gestión de los “armadores políticos” concluye siendo determinante en el ejercicio de Gobierno. Todo lo que sabemos, es que el 07 de febrero a media noche, empezaremos a ver los acuerdos políticos en cascada frente a una segunda ronda.