*Por Luis Paulino Vargas.
Partamos de una constatación perfectamente obvia: tratándose de un proceso de diálogo entre sectores tan diversos y heterogéneos, absolutamente nadie podía pretender que sus preferencias ideológicas y políticas quedasen totalmente recogidas ahí, como tampoco nadie debía esperar que todos aquellos puntos de vista con los que disiente o que le incomodan, fuesen excluidos.
Siendo lo anterior cierto en general, también debemos admitir que el diálogo multisectorial convocada por el gobierno de Carlos Alvarado, llegó más o menos adonde se podía esperar, según las condiciones propias de la sociedad costarricense actual, tan terriblemente dividida y fragmentada. Hoy somos como al modo de un archipiélago: cada quien físicamente cerca de los demás, pero cada quien sicológica y afectivamente aislado de los demás.
Esta mesa de diálogo tiene un mérito innegable: logró romper, siquiera en parte y siquiera por unos días, el enconchamiento: sectores diversos y heterogéneos debatieron y se vieron obligados a llegar a ciertos mínimos acuerdos. No son los acuerdos que Costa Rica necesita, pero son los acuerdos que Costa Rica hoy es capaz de darse a sí misma. Y si un ejercicio similar se hiciese en otros espacios -la Asamblea del Banco Popular, por ejemplo- yo no esperaría que los resultados fuesen muy distintos. Sería la misma Costa Rica -aunque quizá con una representación multisectorial más diversa- la que se siente a debatir y a intentar acordar algo. Difícilmente podría ser mejor. Seguramente veríamos reiterarse similares luces y sombras.
Esa es nuestra actual realidad. Pero esa realidad, no solo es una realidad fragmentada. También es una realidad asimétrica. Vale decir: hay voces con amplificadores poderosos a su servicio, y voces que, por más que se desgañiten pegando gritos, difícilmente se les escuchará. En esta mesa concurrieron sectores de los dos tipos, lo que para los segundos es toda una ganancia: por unos días, y aunque limitadamente, pudieron debatir cara a cara con los otros grupos: los de los mega altavoces.
Y, sin embargo, tampoco esperemos que una mesa de dálogo haga milagros: las aristocracias del poder, que siempre han tenido a su servicio todos las herramientas para imponer sus puntos de vista, no quedan automáticamente despojados de esa ventaja, tan solo por sentarse en una mesa, por un rato, con la plebe despojada de tales posibilidades. Aunque disimuladas, las diferencias conservan validez. Y ello se reflejó en este proceso de diálogo.
Quiero decir: no obstante el natural estira y encoge de un proceso con estas características, ciertas tendencias dominantes no dejaron de aflorar, al menos en líneas generales. En concreto: es claro que los resultados finales ratificaron la hegemonía ideológica del gran poder económico, aquí representado por las cámaras empresariales.
Cierto que los sindicatos lograron mantener en pie ciertas líneas rojas. Lo del “empleo público” o la exención del salario escolar, por ejemplo.
Las cámaras, por su parte, lograron sostener sus propias líneas rojas, que no solo son un montón de líneas rojas, sino que, todas, sin excepción, son de categoría “peso pesado”: ningún gravamen a la riqueza de los muy ricos, trato diferenciado a rentas de capital, apenas tímidas referencias -como por mero compromiso- a la elusión tributaria (que es el mecanismo, sumamente caro y altamente sofisticado, al que los muy ricos recurren para evitar el pago de impuestos), y, por supuesto, la preservación de los privilegios de las zonas francas, que no solo implica proteger al capital transnacional, sino también a las empresas nacionales a las que, graciosamente, hoy se les han abierto portillos para que, mediando algunos eufemismos poco imaginativos, puedan ubicarse en zona franca, para así liberarse del pago de impuestos.
Así pues, las “líneas rojas” estuvieron presentes y mantuvieron vigencia. Solo que, en general, son líneas rojas que preservan espacios de interés, y que poco tienen que ver con cuestiones éticas, filosóficas o ideológicas de fondo. Ya que, así como deberíamos discutir lo del empleo público, en procura de mejoras racionales y responsables (no el esperpento que alguna gente plantea), también deberíamos discutir acerca de la cínica irresponsabilidad tributaria de los muy ricos. Ambas cosas son necesarias, aunque la segunda es mucho más decisiva que la primera.
Pero es que las cámaras no solo sostuvieron “sus” líneas rojas, sino que avanzaron en territorios calientes que claramente favorecen su agenda: la posible reducción del impuesto a grandes corporaciones del 30% al 27,5% y la exclusión de la llamada “renta mundial”, un elemento muy importante para avanzar en la lucha contra el fraude fiscal y para la modernización del sistema tributario.
Y, en fin, vino a reafirmarse aquí, la hegemonía ideológica del gran poder económico. Seguramente en este caso la cuestión les resultó algo más complicada, ya que tuvieron que escuchar los puntos de vista de otra gente, y, encima, tuvieron que “rebajarse” a debatir con esos otros sectores. Para las cámaras y sus ideólogos eso es complemente inusual, puesto que su práctica normal se limita a cordiales y muy galantes tertulias entre ellos y ellas, contando siempre con la incondicional y muy sumisa colaboración de la prensa más poderosa.
Desde el punto de vista propiamente económico, los acuerdos asimismo reflejan -y quizá aún más claramente- la hegemonía de las tesis ortodoxas. Lo más heterodoxo que aparece es la venta de la cartera crediticia de CONAPE al Banco Popular, lo que, en el fondo, es una forma disimulada de crédito bancario al sector público, así como la presunta emisión de bonos “cero cupón” a diez años, que, en realidad, es un mecanismo disfrazado de parcial renegociación de la deuda interna. Muchas otras posibilidades, necesarísimas hoy día para el manejo de la situación fiscal, fueron ignoradas del todo. En cambio, la ortodoxia se afirma fuerte en la opción por la austeridad, el recorte y la aplicación de una “regla fiscal” con esteroides.
Esa hegemonía de la economía ortodoxa se refleja también en las propuestas de reactivación económica. Eso sí, resalto como novedoso y muy positivo el logro de las organizaciones de mujeres en materia de política de cuido. Por lo demás, lo que se ofrece es un ramillete de medidas “ofertistas” mil veces reiteradas: crédito, apoyos a MIPYMES, formación técnica de la mano de obra, redes de Internet, etc. ideas positivas y necesarias, aunque perfectamente inofensivas desde el punto de vista de la reactivación de la economía. Puesto que lo que hoy sufrimos es un desplome catastrófico de la demanda, nada de eso lo resolverá.
Tal es, modestamente, mi valoración de lo acordado. Tengo claro que tiene sus limitaciones, como tengo claro que no era esperable mucho más. Es que el diálogo difícilmente podía ser otra cosa, sino el reflejo de las realidades fragmentadas y asimétricas de nuestra sociedad. El blindaje de intereses sectoriales estuvo presente, como también se evidenció la hegemonía de ciertos intereses, de cierta ideología y de ciertos enfoques económicos. Claro que el diálogo obligó a esas corrientes dominantes a escuchar y a debatir con otros puntos de vista, lo que no es poca cosa en una sociedad de la que desapareció el debate pluralista. Pero también resultaría ingenuo esperar que no se hiciese sentir la diferencia entre las voces atronadoras y las voces casi completamente inaudibles.
Para concluir, no puedo dejar de mencionar el audio de Gerardo Corrales que circula en redes. El conocido economista asume ahí, ya sin maquillajes ni antifaz, el papel que siempre ha cumplido, como ideólogo del gran poder económico. Pero lo más interesante es el grito de guerra que Corrales lanza.
El caso es que un proceso de diálogo solo tiene sentido si los diversos sectores participantes, se amoldan a lo acordado y lo apoyan, posponiendo, al menos de momento, los aspectos de su agenda que quedaron por fuera. Todo lo contrario, lo que Corrales dice es: “cumplimos con la formalidad del diálogo, pero, cerrada esa etapa, lanzaremos toda nuestra artillería, para imponer nuestro punto de vista”.
Si el objetivo de Corrales era ensuciar el ejercicio de diálogo y sembrar la desconfianza, ya lo logró. Lo alcanzado -con todas sus limitaciones- es puesto en riesgo por este señor, excepto que las cámaras empresariales lo desautoricen pública y explícitamente.
*Economista, Director CICDE-UNED