Por Jacques Sagot
¿Qué es gobernar? En lo sustantivo, la gobernanza de un país se articula en dos actos: 1- tomar decisiones, 2- procurar su ejecución. Para lograr la segunda meta, es necesario dialogar, negociar, ceder, pactar, concertar. Tal es la definición de Democracia: las decisiones se materializan de manera colegiada, conjunta, sincrónica. Así las cosas, lo peor que un presidente puede hacer, es enemistarse con el Poder Legislativo, el Poder Judicial, la Contraloría y los medios de comunicación -esa fuerza descomunal que algunos teóricos llaman “el cuarto poder de la república”-. El fracaso del presidente Chaves consiste en haber creído que gobernar era mandar, a la manera de un capataz, de un dictador, de un mandamás (término propio de la Costa Rica rural y que se explica a sí mismo). “Aquí yo soy el que manda porque fui el que sacó más votos” -lo oí decir, alardoso, cuando comenzaban apenas sus zipizapes con todas las instancias de autoridad que he enumerado. Saca pecho, imposta la voz, empuja, muerde, cocea, insulta, ofende… solo le falta golpearse el tórax cual los gorilas del África ecuatorial.
Cuando tiene que ir a rendir su informe de labores a la Asamblea Legislativa (cosa que, stricto sensu, nunca ha hecho, limitándose en su lugar a promover su imagen y denostar a todo aquel que no coincida con su visión de mundo), se saca la panza, y al bajar Cuesta de Moras, deja que esta, despótica e impúdica, lo jale hacia abajo, hacia el oeste. Las solapas del saco abiertas, la panza adquiere el significado de un símbolo fálico, algo que desborda su faja, que chorrea hacia afuera, y que lo va impeliendo hacia adelante en virtud de la fuerza de gravedad y la mera inercia. No hace nada por disimularla, el presidente. Esa panza gargantuesca dice: “¡Abran campo, que aquí vengo yo! ¡Quien se le atraviese a mi panza será atropellado sin remedio, apártense, no se metan en mi camino!” No es un hombre con una panza: es una panza que lleva detrás colgando a un hombre. Una primitiva, rupestre manifestación de autoritarismo (ya que no de autoridad: el político acude a la primera justamente en la medida en que no es capaz de inspirar espontáneamente la segunda).
Así que ya en el primer minuto de juego, Chaves se había malquistado con todas aquellas instituciones y personas con las que debía, antes bien, negociar. Y claro, ahora su llorosa cantaleta es: “No hice nada porque no me dejaron gobernar”. ¡Cuán previsible, cuán pueril, cuán deshonesto! En los últimos setenta años solo un presidente ha contado con mayoría parlamentaria: Luis Alberto Monge, en el cuatrienio 1982-1986 Esta mayoría fue, en buena medida, producto del voto “protesta”, del voto “sanción”, del voto “rechifla” contra el apocalíptico gobierno de Rodrigo Carazo. Fuera de Luis Alberto, todos los presidentes han tenido que pactar y dialogar con las facciones rivales por cuanto no tenían los odiciados 38 diputados que cualquier presidente aspira a ubicar en el ongreso. Y todos lo hicieron, unos mejor que otros. Negociaron, pactaron, cedieron en lo que podían ceder, permanecieron monolíticos en aquellos rubros en los que no les era posible ceder. Esa es el alma misma de la democracia y del pluripartidismo. Lejos de ello, Chaves se las arregló con envidiable eficacia para zaherir, irrespetar, denostar a todos aquellos cuya colaboración necesitaba a fin de gobernar. Así que no nos salga ahora, entre pucheros y lagrimitas, con la monserga de que “no me dejaron gobernar”. ¡Todos los presidentes han tenido que enfrentar su misma situación, y lo han hecho con astucia, fineza, respeto y agudeza psicológica! Así que ese gimoteo, esa eterna lamentación, esa justificación para la inoperancia no se vale, no se sostiene, (como dirían los juristas: “no es de recibo”).
Movido por no sé qué infantil fijación, Chaves creyó que gobernar era limitarse a girar instrucciones, y luego contemplar cómo legiones den ficiosos, obsequiosos burócratas corrían a cumplir con ellas. No sabía en lo absoluto en qué consistía la gobernanza de un país. Estaba completamente engañado, despistado, desinformado en lo que atañe a esta función, peliaguda si alguna vez la hubo. Al descubrir que gobernar no era mandar, se hundió en un abismo de frustración que lo ha llevado a gruñirle a todo el mundo, a das tarascadas y ñangazos en todas las direcciones en que mira. Devino una implacable máquina de la agresión. No dialoga: embiste. No escucha: arremete. No negocia: ataca. Pobrecito… La verdad de las cosas, es un hombre muy enfermo. Más de lo que sus corifeos y amigos podrían creer. Enfermo de omnipotencia, de autarquismo, de prepotencia. Hay un término que describe bastante bien su condición: parafrenia. Esta afección es una forma particularmente grave de la megalomanía, y precede a la teomanía (el delirio que lleva a un ser humano a creerse Dios: Nietzsche, Nerval, Stalin). Es degenerativa, no hace sino empeorar con el paso de los años (sobre todo si el enfermo no acepta su problema y se rehúsa a buscar ayuda profesional).
Si tuviésemos un ejército, Chaves no habría vacilado en emular a su paladín, héroe, y modelo Nayib Bukele: hubiera tomado la Asamblea Legislativa por asalto, disuelto los tres poderes, abolido las elecciones, y se habría auto-ungido presidente por decreto, y comandante en jefe de nuestras fuerzas armadas. De veras que, como decía don Pepe, “Dios misericordioso se acuerda de este pequeño país”.