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Opinión: ¿UN “EJÉRCITO DE MAESTROS”?

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Por Jacques Sagot

Y seguimos con la mitología patriótica.  Durmiendo al arrullo de nuestros viejos clichés.  “El país de los maestros”.  La figura social que supuestamente mejor encarna nuestros valores.  Enumeraré a continuación, y de manera muy escueta, algunos de los desestímulos y abusos a que son diariamente sometidos nuestros héroes culturales.  El panorama que describo no refleja la situación de todos los educadores, pero sí, por desgracia, de muchísimos.  Principalmente en las escuelas públicas.  He aquí lo que se espera de un maestro, la suma abrumadora de obligaciones y frustraciones que debe encarar a ritmo consuetudinario.

Preparación de pruebas escritas -hasta veinte en total cada día-, dependiendo del tipo de adecuaciones curriculares que se apliquen a los niños.

Aulas sin infraestructura adecuada, recargadas de estudiantes.

Educación absolutamente masificada.

Imposibilidad material y humana para atender necesidades y diferencias individuales.

Planeamiento mensual, siempre perentorio y agobiador, para cada asignatura.

Diario de clase completo donde se especifican, con puntos y comas, las actividades a realizar con los niños.

Gran cantidad de padres que no se responsabilizan por la educación de sus hijos.

Elaboración de expedientes completos de cada niño, donde se anotan problemas sociales, económicos, intelectuales, emocionales, médicos, conductuales.  El propósito de tal disposición es loable, pero abrumadora para el docente, que requeriría, para realizarla con un mínimo de eficiencia, asistentes.

Elaboración de un registro para notas trimestrales con un mínimo de dos observaciones individuales para calificar “objetivamente” a cada niño.

El MEP hace cambios constantes de lineamientos, pidiendo modificación de formatos en la elaboración de una papelería, por demás, innecesaria. Aún cuando en principio útil, esta información ni siquiera llega directamente al educador: muchas veces él tiene que bajarla de Internet.

Salarios bajos e irregularidad en los pagos, con demoras de hasta tres meses.

Carencia de suministros indispensables, como tiza, marcadores, pizarras, y -a un nivel más básico- papel higiénico.  El propio jabón que el MEP y el MSP exigen para combatir el AH1N1 no es facilitado por ninguna de las dos instituciones.

Revisión diaria de cuadernos, en cantidad de hasta 150, sin contar tareas, dictados, libros.

Carencia absoluta de valores como respeto y disciplina por parte de los estudiantes, lo cual convierte las aulas, a veces, en verdaderos campos de batalla de niños contra niños.

Directores déspotas con su personal, reinando por el terror, muchas veces a través de amenazas directas.

Intromisión de los padres de familia en la labor profesional del docente, pretendiendo que se individualicen actividades y programas, y que se les dé trato preferencial a sus hijos.  No es infrecuente que pretendan decidir aun el sitio donde el alumno debe sentarse.

Padres culpan al educador por el bajo rendimiento del estudiante, las más de las veces mermado por problemas generados en el ámbito de la familia.

Docentes constantemente difamados y calumniados, enfrentando infames situaciones legales.

Preparación de actividades y papelería administrativa: el educador debe llevar su trabajo a la casa, sanctasanctorum donde es también invadido por padres de familia, que exigen estar en contacto directo y personal con el profesor.

Papelería apabullante, que a veces debe se reelaborada hasta cinco veces consecutivas, porque el MEP decide a última hora el tipo de letra, de formato o colores a ser usados.

Sistema paternalista, donde se exime al estudiante de toda responsabilidad, aún de hechos muy graves.

El concepto de escuela para los padres ha cambiado a “guardería”.

Cumplimiento ciego de los programas del MEP, haya o no avanzado el estudiante en su propio proceso de crecimiento intelectual.

El educador es el único profesional condenado y lapidado por enfermarse (incapacidades).

Altísimo grado de violencia dentro y fuera de las aulas.

Profesores insultados y hasta golpeados por los estudiantes.

Educadores perseguidos por la prensa y las comunidades escolares.

Ambiente laboral sin estímulos, hostil y egoísta.

Ahí tiene usted, amigo lector, a nuestro “ejército de maestros”.  Poco a poco nos iremos quedando sin “soldados”.  Otrora la profesión de maestro representaba un cargo de suprema dignidad.  Hoy solemos decir, para derogar a un profesional: “ese ni a maestro llegó”.  ¡Cielo Santo: hasta en “El chavo del ocho” se le rendía tributo a Girafales al añadírsele el calificativo “profesor”!  ¡Era parte de su mística, de su aura, de su prestigio!  Costa Rica ha caído por debajo del nivel de quinto patio.

¿Hemos mejorado en décadas recientes?  ¿Hemos aprendido a honrar a los grandes transmisores del pensamiento, a los suscitadores de inquietudes, esos para quienes, al decir de Montaigne, educar no es solo “llenar un vaso”, sino “encender un fuego”?  ¿Estamos protegiendo a los más importantes forjadores de conciencia que un país puede tener?  Ya mismo estamos pagando el precio histórico por no hacerlo.  Costa Rica sigue siendo un país lúcido, intuitivo, discriminante.  Pero las democracias mueren a punta de ignorancia.  Ya tenemos ámbitos -los he señalado y seguiré haciéndolo- completamente tomados por el pachuco.  Estamos generando una sociedad cada vez más vulgar, más borreguil y encanallada.  No proteger a nuestros maestros es caminar, silbando alegremente, hacia la pérdida de todo cuanto nos ha hecho grandes.

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