Opinión: Una vergüenza que sonroja al mundo entero

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Por Jacques Sagot

Colmo de la ignominia.  Esto pertenece por igual a la antología de la imbecilidad y de la perversidad.  El Ayuntamiento de Madrid, acatando un fallo del Tribunal Supremo de Justicia, ha decidido remover de un calle de Madrid la placa que consignaba el nombre de una egregia educadora, Justa Freire, y reemplazarla por el de un gorila militarote, profesional señero en el arte de matar: José Millán-Astray y Terreros, el primer comandante de las fuerzas franquistas, el cabeza caliente, el subnormal, el papanatas empoderado que en el famoso encontronazo del ejército franquista contra don Miguel de Unamuno, rector a la sazón de la Universidad de Salamanca, al grito de “¡Viva la inteligencia!”, respondió: “¡Que viva la muerte, que muera la inteligencia!”  Esta bestialidad fue ovacionada por la multitud falangista presente en la universidad.  La colisión intelectual, cargada de tensión política, ocurrió el 12 de octubre -día de Cristóbal Colón- de 1936.  El esbirro, escribidor y periodistilla falangista y franquista José María Pemán comenzó haciendo un panegírico de Francisco Franco.  Después de la profesión de muerte de Millán-Astray, Pemán intentó atemperar las cosas, gritando: “¡No: que viva la inteligencia, pero que mueran los malos intelectuales!”  Unamuno ripostó: “Este es un templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote.  Ustedes están profanando un dominio sacro.  Vencerán, porque tienen la fuerza bruta.  Pero no convencerán.  Conquistarán, pero no convertirán.  Para convencer es necesario persuadir, y para persuadir necesitarán algo de lo que carecen: razón y verdad en la lucha.  Veo que es inútil pensar aquí en España.  He dicho”.  Millán-Astray, cual si estuviera tratando con su abyecta soldadesca, le ordenó a Unamuno: “¡Tome a la dama del brazo!”  Se refería a la esposa de Franco, Carmen Polo.  Don Miguel la tomó en efecto del brazo y la ayudó a bajar de la tarima.  Unamuno fue puesto en arresto domiciliario por la bestia peluda de Franco, y fue ahí donde murió, el 31 de diciembre de 1936, según algunos, asesinado por su colega de la universidad, Bartolomé Aragón, que estaba con él en el momento de su súbito deceso.  Varios poderosos indicios permiten tomar muy en serio esta atroz hipótesis, pero no es asunto nuestro dirimirla en esta ocasión.

 Hoy en día muchos son los estudiosos que sostiene la tesis de que Unamuno fue asesinado en su domicilio, el último día del año 1936.  Un sedicente estudiante lo ejecutó por la espalda: el mismo truco con que el esbirro y traidor Ramón Mercader (¡buen nombre para este malandrín, a fe mía!) masacraría a León Trotsky en su casa de Coyoacán, ciudad de México, el 21 de agosto de 1940.  Las fuerzas de Franco no podían comprarse otro escándalo universal como el que provocó la muerte de García Lorca.  De hecho, el asesinato de Unamuno hubiera generado mayor conturbación, pues era el intelectual español de mayor alcance internacional en aquel momento.  Unamumo cultivó todos los géneros imaginables: novela, cuento, ensayo, teatro, poesía, y en cada uno de ellos dejó obras de hondísimo calado.  Ápex de la ignominia, del cinismo y del humor negro:  el gran vasco fue enterrado como “un ilustre falangista, que toda la España franquista llorará durante muchos años”.  ¡Ah, cómo se manosea y prostituye la imagen de los muertos, tan pronto la Segadora les ha sellado para siempre los labios!  Como reflexionaba Pascal: “El mejor homenaje que podemos rendirle a un difunto es decir lo que él hubiera dicho, de estar presente hoy entre nosotros: encarnar su voz, proclamar su pensamiento”.

         Pero lo más repulsivo de este cambio del nombre de una calle de Madrid, es que se haya retirado la placa de la que fue una ejemplar profesora, durante los difíciles años de la Guerra Civil, e inmediatamente después, cuando Franco, en el marco de una política de venganzas y sanciones, la condenó a seis años de cárcel por haberse opuesto a su fascista, brutal militancia.  Finalmente, solo purgó dos años de condena, y pudo seguir prodigándose como la gran profesora que siempre fue.  ¿Cómo puede permitir el Ayuntamiento de Madrid que se retire el nombre de Justa Freire a una calle, y se la den a un antropófago, a un macaco, a un orangután que no supo en su vida otra cosa que matar gente, y además en nombre de una causa podrida?  ¿Qué le pasa a España?  ¿Dónde están esas luces que un día la hicieron grande?  ¿Dónde están hoy en día los Unamuno, Ortega y Gasset, Antonio Machado, Gómez de la Serna, Valle-Inclán, Azorín, Pío Baroja, León Felipe, Eugenio d´Ors, Julián Marías, Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla, Isaac Albéniz, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Gerardo Diego, García Lorca, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Rafael Alberti?  Este tsunami de intelectuales, todos ellos de primera línea, ¿vivieron, trabajaron y murieron en vano?  Pocos países (el único que se me viene a la mente es Francia) pueden jactarse de haber producido tantas plumas egregias en tan poco tiempo (y sé que omito a muchas).  ¿En qué se ha convertido España?  Las ideas de estos grandes pensadores y artistas, ¿cayeron todas en surcos infértiles, en tierras yermas?  Mi decepción no podría ser mayor.  Dejo testimonio de este texto, que es a un tiempo denuncia, deploración y vítor para los verdaderos grandes hombres de la patria: los cultores del espíritu, la belleza y la verdad.

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